Un pozo en mi colchón / A hole in my mattress
Hoy descubrí que mi colchón tiene un pozo. Pozo quizás es algo exagerado, como lo soy yo. Más bien, es un espacio concavo. En el medio de la superficie compacta y consistente, está la huella de mi cuerpo. Para mí, es un pozo, aunque objetivamente no lo sea. Un pozo relativamente proporcional al pozo que siento en el pecho, en el medio de la superficie compacta y consistente de mi pecho.
Desperté ya pasado el mediodía, sería incierto decir a qué hora fue. Digamos, eran las tres de la tarde. Hace unas dos semanas teñí las cortinas de mi habitación de azul oscuro, muy oscuro. Mientras la gente celebra, en medio de una pandemia mundial, que el sol vuelve a brillar en Berlín, yo prefiero negarlo. Parece que la primavera me recuerda qué es lo que nunca viví y lo que no sé si algún día tendré la suerte de vivir. Mientras Otros abren las cortinas de par en par, dejando que la calidez del sol penetre cada centímetro que puede alcanzar de una habitación; yo, corrí los diez centímetros por donde se podía colar la luz. Y ahí, cuando corrí la cortina, sentí el pozo. Mis rodillas lo notaron, cuando en una maniobra alcancé la longitud de la cortina para tirar.
Pasaron varios minutos después de ese momento. Arrodillada, lo vi, lo reconocí y asumí porqué estaba allí. Sé cómo es que existe. Es el rastro de un cuerpo vivo, vivo sólo porque respira. El mismo cuerpo que durante semanas no pudo hablar. No pudo comer. No pudo dormir. No pudo sonreír. Ni siquiera llorar. Sólo respirar. Y fumar. Mi cuerpo.
Fue cómo ver la escena de un crimen. Un reportero que no existe, dijo en un noticiero que no existe: “Lo encontraron así. Desvanecido. Dicen los peritos que fue olvidado. No podrían afirmar que es un cuerpo moribundo, porque respira. Hay signos vitales. Se desconoce los hechos, pero confirman que es un cuerpo abandonado”. Un cuerpo abandonado. Abandonado.
Me levanté para contemplarlo. El pozo es incluso visible en la oscuridad en la que vivo.
Recordé todos los colchones en los que me hundí antes, todas las veces sentí con crudeza el abandono. La primera vez no fue si quiera un colchón. Fue el sofá de una comisaria de paredes destiñadas de un pueblo destiñado, donde una niña de ocho años que no se permitía llorar, se echó a dormir una madrugada del 2001. Asumo que entonces no entendía que estaba sintiendo, hoy puedo hasta darle palabras. Hoy en día puedo sentirlo llegar. Como cuando cogimos por última vez, cuando sentí tu abrazo despegarse del mío y te vi sentarte para armar un cigarillo. En ese momento, pude verlo claramente. “Un abandono se acerca”, me susurraba nerviosa mi ansiedad. Supe que sería la última vez que tu abrazo desnudo me envolvería el cuerpo. Se me escapaban lágrimas, ahogaba un sollozo. Podía verlo llegar y quería gritarle. Que se vaya, que no, que no esta vez, que no ahora, que no. Pero no se puede escapar de lo que uno no sana. Ni siquiera cruzando el océano. Lo que no sana, sangra.
“Cambiaste de tiempo y de amor
Y de música y de ideas
Cambiaste de sexo y de Dios
De color y de fronteras
Pero en sí, nada más cambiarás
Y un sensual abandono vendrá y el fin”
Susurré esta canción registrando el pozo en mi mente, dibujándolo. La reflexión fue automática.
Sucedió de nuevo.
Abandoné mi cuerpo en un colchón otra vez; como cada vez que el abandono me tira, que me arrastra, que pudre cada una de mis células, que amarga mi sangre, que me arruina la cabeza, que me oscurece el corazón. La responsable, si la hay, es mi historia. Entonces, pensé que mi historia es la que hace quién soy… Mejor dicho, soy lo que hice con mi historia. Este es el precio que pago por vivir a pesar de las marcas que dejó.
El pozo en mi colchón es el resultado de una hipótesis que hace tiempo formulé.
Si quiero ser quién soy, si quiero ser quién quiero ser, si que quiero vivir lo que quiero vivir, si quiero crecer y sanar: hay un precio...
Cuesta un colchón nuevo.
Cuesta un colchón nuevo.
I woke up past noon, it would be uncertain to say what time it was. Let's say, it was three o'clock in the afternoon. About two weeks ago I dyed my bedroom's curtains dark blue, very dark. While people celebrate, in the midst of a global pandemic, that the sun is shining again in Berlin, I prefer to deny it. It seems that spring reminds me of what I never experienced and what I don't know if I will ever be lucky enough to experience. While others open the curtains wide, allowing the warmth of the sun to penetrate every inch of a room, I have run the ten centimetres through which the light could filter. And there, when I drew the curtain, I felt the hole. My knees felt it, when in one maneuver I reached the length of the curtain to pull it.
Several minutes passed after that moment. Kneeling down I saw it, recognized it and assumed why it was there. I know how it exists. It is the trace of a living body, alive only because it breathes. The same body that for weeks couldn't speak. It couldn't eat. It couldn't sleep. It couldn't smile. It couldn't even cry. Just breathe. And smoke. My body.
It was like watching a crime scene. A reporter who doesn't exist said on the news that it doesn't exist, "It was found like this. Faded. The experts say it was forgotten. They couldn't say it's a dying body, because it's breathing. There are vital signs. The facts are unknown, but they confirm that it is an abandoned body." An abandoned body. Abandoned.
I stood up to look at it. The hole is even visible in the darkness of my room.
I remembered all the mattresses I had sunk into before, all the times I had lived with crude the abandonment. The first time was not even a mattress. It was the sofa of a faded police station in a faded town, where an eight year old girl who did not allowed herself to cry went to sleep, one early morning in 2001. I assume she didn't understand what she was feeling then, I can even give words for it today. Nowadays I can feel it coming. Like when we fucked for the last time, when I felt your hug detach from mine and I saw you sitting down to roll a cigarette. At that moment, I could see it clearly. "An abandonment is coming," my anxiety whispered to me nervously. I knew it would be the last time your naked hug would wrap around my body. Tears were running down my face, I was drowning out a sob. I could see it coming and I wanted to scream at it. Go away, no, not this time, not now, no. But you can't escape what you don't heal. Not even by crossing the ocean. What doesn't heal, bleeds.
"You changed time and love
And of music and ideas
You changed sex and God
Of color and of frontiers
But in itself, nothing more will change
And a sensual abandonment will come and the end"
I whispered this song recording the hole in my mind, drawing it. The reflection was automatic.
It happened again.
I abandoned my body on a mattress again; as each time the abandonment pulls me, it drags me, it rots each cell, it makes my blood bitter, it ruins my head, it darkens my heart. The responsible one, if there is one, is my story. So, I thought that my story is what makes me who I am... Or rather, I am what I did with my story. This is the price I pay for living despite the marks it left.
The hole in my mattress is the result of a hypothesis I formulated some time ago.
It costs a new mattress.
If I want to be who I am, if I want to be who I want to be, if I want to live what I want to live, if I want to grown and heal: there's a price...